sábado, 4 de octubre de 2008

Mujeres por Don Juan Gelman [RuiSeñores de nuevo]

The turn of the screw


—¿Qué demonios te dijo él para que te esforzaras tanto?

—Que fuese el mejor.


Audio: http://es.youtube.com/watch?v=EkHTsc9PU2A

Vuelven las manos. Serán manos arrugadas, agrietadas, artrósicas, sin padrastros, que trabajaron con sangre, por eso las repaso y me esmero de nuevo en sus ondulados bordes con el carboncillo de la escuela, las recorto y las pinto tal y como eran, con sus suciedades, con su ternura, con su anular, que aún hoy, detiene mi cabeza.


Aquí las tiene, estréchelas como debiera:



Son las noches de lluvia las más sinceras: cinco escalones puritanos bien roídos, a ocho pasos la dama tímida con liga roja y zapatos de charol, y en mis manos nadan la palabras, entre lágrimas y gotas de lluvia caídas del bombín de plumas.

Y solo un segundo antes de dormirse se sincera la noche lluviosa obligando al cielo a embolsar el violín del recuerdo, dando gélidos bandazos de agua que susurran los abrazos desnudos más tiernos.
Solo amanece para los gorriones. La dama, terminada ya su jornada, ordena paso a paso sus horquillas, imagina mis escritos mojados y espira céfiro apacible, mientras yo, con cinco pasos, despeino mi cerebro, abandono los sueños y me embarco en el océano de las partituras, donde ya está todo escrito.

Despiertan las sonoras campanas mis entrañas en un tono desagradable, un compás nada pegadizo que agudiza la disforia, minutos después reposa el café sobre uno de mis poemas preferidos, así puedo leer mientras deshago la espuma, mientras se calman mis neuronas.

Ya no se asombra la lujosa portera del absurdo pedaleo de mi corazón al salir del portal, más bien me seduce con el diamante de noche, nada nuevo, siempre lo intenta cuando el desamor me viste con camiseta de pico y me deja esa cara de niño como recién lavada con jabón de lagarto.

Nada más salir se broncea el pensamiento, se desvisten los pistachos en las solanas apuntando que se acerca la hora del condumio, la hora del encuentro; mientras tanto, no puedo dejar de interpretar la melodía de sus pasos, pausados, perdidos, bailan solas mis manos con el viento y coso un último verso en su regalo.