miércoles, 8 de octubre de 2008

La estatua de hojas blancas

Tras tres semanas saco la paciencia del bolsillo, más bien la desgarro como etiqueta vieja, destiñe púrpura y destempla mi pecho.
Brota la complicidad silenciosa de mis ojos, como cataratas blancas, bailando entre pestañas, pisando lágrimas.
El alboroto de mil caricias que calaron hasta los huesitos, los arañazos de simpleza, mi calma en tus rodillas, todos se destapan y salen nauseabundos en paso firme barnizando mis puños.
Apretujados cabrán entonces los hijos de los sueños en mi pieza, con los pies de mármol y las manos mojadas, dejándome hoy el lado oscuro, donde no llegan los luceros, con tal de que no vea el rastro pegajoso de mi corazón en la mesita de noche, con tal de que no oiga la lluvia en las calles estrechas.






domingo, 5 de octubre de 2008

Mi refugio

Era él, dos vidas más tarde, curaba una de sus cicatrices al compás del amanecer, mientras tanto un silencio ensordecedor estrujaba el más allá, le envolvía ese peculiar olor a toallas limpias, bebía sorbo tras sorbo el fresco elixir matinal de cosecha propia cargado de colores, segundos más tarde, encendía aquel gramófono heredado donde siempre sonaban las mismas canciones: Ojos negros, Mi refugio…; triste música que más que sonar palpitaba.
Tal vez por eso siempre empezaba con las líneas mas frias, no despellejaba el secreto helado, no escribía con las manos que él quería, hasta bien entrada la lágrima en su cerebro, entonces eran ojos mas que letras, eran párpados cerrados, se veían entonces otras manos sanando sus cicatrices.