martes, 4 de noviembre de 2008

Y esperar a que todos esten completamente locos...

Esta tarde se me ha caído encima el cuadernillo de Paco Urondo. Perdónenme si le tuteo, me sacuden las nuevas y las antiguas manías, se me han clavado las anillas y las letras y me ha curado en humildad.
En lo que dura un sorbo de café había cortado en lobulillos el hígado de las palabras, donde éstas depuran su virginidad, para servirlo en plato frío, como una macedonia de hígados que se come sin cuchara.
Segundos mas tarde ya te dejas ver por sus portales donde súbitamente te flaquean las rodillas, más bien se vuelven raquíticas, la mente pedalea sin sangre, arruinada, el alma coagulada, todos los pensamientos barridos menos uno y su camino.

Ya de madrugada se me infecta la herida de su rabia al caer, me cura y me enferma, me come de todo, y me apeo en los sueños peinados por la morfina de sus versos.
Hermano mayor le llamó Juan Gelman desde el exilio, sin estar en un mastil mirando al vacio, debió oler su orgullo desde allá, debió comer con el crepitar de su protección, debió escuchar acerca de su laboratorio de barandas, y debió, sin duda, velar por su palabra.

Siéntense allí, en el crepúsculo, o en la tilde del vacío, y vivan como bola sin manija.






Creo que lo vi contigo y no lo creo.